Llevo unos añitos contando cosas, muchas de ciencia y otras tampoco. Pero si hubiera empezado hoy mismo lo habría hecho por la misma necesidad que tengo. No creo que fuera una opción, y por eso siempre me ha extrañado (y entristecido) encontrarme con científicos que afirman que eso de la divulgación no va con ellos, ni es parte de su trabajo y, menos aún, de sus vidas. Y lo mismo me pasa al encontrarme una y otra vez con esa hostilidad hacia la ciencia de la que hacen gala muchas personas, especialmente políticos, todo hay que decirlo. Y aún sigo sin entender cómo gente que está convencida de que hay que luchar por cambiar el mundo y hacerlo mejor, más solidario, más igualitario, libre y fraterno, pueda pensar que no hay que contar las cosas del mundo en que vivimos, cómo puede uno quere volver a una Arcadia que nunca existió y lo mismo abominar de una ciencia que está en la raíz de todos los cambios sociales que hemos vivido en los últimos siglos, que abrazar las más absurdas creencias y pseudociencias…
No he tenido opción de respirar o no, apenas he podido cambiar mucho de lo que fui por haber nacido en el lugar donde lo hice, tener la familia que tengo o la sociedad con la que tengo que convivir. No he tenido otra opción que comunicarme, y cuando tiré para el lado de “ciencias”, seguí con ello, en público y en vivo. De la misma forma que un adolescente petardo ocupaba espacios en la FM local para colocar músicas poco convencionales a finales de los 70, y en esos mismos huecos, hablaba también del Universo, de la ciencia… Fue así en la radio. Siempre la radio, qué le vamos a hacer. Sólo Sagan en el 80, cuando comenzaba ya la universidad y me había decidido por estudiar ciencias, me permitió ver que la televisión podría, acaso, ser una opción interesante. Sin embargo, en un principio fue la radio.
Y el cuerpo a cuerpo: en aquellas épocas me dedicaba en mi tiempo libre … al tiempo libre, como se le empezó a llamar por aquella época. Y ahí, como respiraba, empecé también a hablar en público. Y lo sigo haciendo. Luego comencé a escribir, aunque sigo sin saber hacerlo decentemente. Revistas, periódicos y otros sitios, ahora amplificados y multiplicados con la sencillez de lo digital, que me han permitido seguir colocando palabras, ideas y demás. Empecé a tener secciones fijas en algunas revistas, en algunas radios, y hasta frecuenté relativamente el mundo de los programas televisivos de “debate” (entonces pensábamos que eran un gallinero impresentable, pero en comparación con lo que ahora se entiende bajo el mismo nombre, eran casi un debate académico). Y un día llegó que me vine a Pamplona a montar un planetario y encontrarme con que, tampoco era una opción, la divulgación astronómica, pero en general de la ciencia o más en general de una cultura que no sea hostil a una de sus más revolucionarias expresiones, se convertían en mi quehacer diario. Y en ello sigo, a pesar de que los oscuros nubarrones venidos de la crisis y el oportunismo politiquero puedan finalmente hacerme pegar otro salto, vete a saber hacia dónde.
Al escribir algo para divulgador.es sin embargo, recordé esas tardes de sábado con los discos bajo el brazo y algún libro de Asimov de ensayos científicos para ir colocando entre disco y disco. O en las noches con los chavales del campo de trabajo o de las colonias o campamentos en que comencé a hablar del cielo. O de cuando por culpa del cometa Halley acabamos montando autobuses para romper la noche con pacharán y montar una agrupación astronómica. O de ese momento que no recuerdo cuándo fue, (pero desde luego antes del 84) cuando pasé a tener una sección de ciencia en magazines de radio, o la sección de Conocer sobre el cielo (ya para entonces me pasaban cualquier llamada de periodista que se ponía en contacto con el departamento universitario donde trabajaba), o participar en la locura de decir públicamente que la astrología no funciona, que los ovnis son los padres, que la homeopatía es un agua bendita mal bendecida por una sociedad que parece que quiere ser engañada y demás. Y cada día, desde entonces, conviviendo con periodistas, científicos, divulgadores… y aprendiendo y disfrutando de/con ellos.
Y lo más grato ha sido eso, precisamente. Encontrarme con gente que también respira el mismo aire, saber que uno nunca está solo en esto. Y, afortunadamente, comprobar cada día que somos más.
Javier Armentia (Vitoria-Gasteiz, 1962), astrofísico, comunicador, escéptico. Dirige el Planetario de Pamplona y colabora en medios de comunicación. Dirige para la Editorial Laetoli y ARP Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico la colección “vaya timo” y es autor del blog “Por La Boca Muere El Pez”.
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