Tengo bastantes recuerdos de mi infancia temprana. Cuando tenía tres años (1973) mi hermana mayor me pasó su libro de ciencias naturales de bachillerato, un libro lleno de imágenes bizarras y magnéticas. Actualmente los creyentes en la educación constructivista lo considerarían inadecuado. El recuerdo del libro es tan vívido que no tengo ninguna duda de que eso despertó mi interés por la Historia Natural.
Para un niño de clase obrera en una gran ciudad, no hay muchas oportunidades para entrar en contacto con la naturaleza, pero mis padres tenían un huerto en las afueras y luego me apuntaron a un “esplai” bastante excursionista. Del huerto y la montaña me llevaba a casa todo tipo de cosas orgánicas. A los ocho años, el hijo mayor de la mercera del barrio me regaló una caja de puros con una docena de minerales.
A los animalillos y las hojas secas se sumaron las piedras, y al cabo de poco, los sustituyeron. A los 11 años yo quería ser geólogo, y en octavo de EGB, con unos compañeros de clase flipados por los minerales y los fósiles, fundamos la Societat Geològica de Terrassa, que duró todo el BUP y COU. Visto con perspectiva, puede que fuéramos unos inocentes geeks, pero tengo que decir que actualmente todos somos adultos funcionales.
Y claro, estudié geología sabiendo que probablemente no me ganaría la vida con ello. Intuía que acabaría de profe. Después de un corto periplo investigando y tesinando me ofrecieron dar clases de secundaria. No tengo ninguna duda de que, si se hace con intención, impartir una asignatura de ciencias es divulgar, pero hay que amar aquello que se explica, lucharlo, hacerlo ameno y que enganche. Para muchos ciudadanos su paso por la ESO será su único contacto con la ciencia y vale la pena intentarlo.
La bomba fue cuando un amigo me ofreció organizar unas salidas de campo de geología para una entidad ambientalista. Eso sí que molaba. Droga dura. No hay nada como ver la cara de la gente cuando detectas que en su cerebro se visualiza que allí, en aquel paisaje cotidiano visto mil veces, había un mar, un volcán, un pantano con hipopótamos… Estas salidas al campo son las que alimentan las entradas de mi blog al que intento dedicar tanto tiempo como puedo.
La vida da muchas vueltas. Sigo llevando gente al campo, pero lleno la olla como editor científico en una editorial de libros de texto. En cierta manera estoy cerrando un círculo: el niño que se apasionó por la naturaleza con un libro de texto, luego los usó para explicarse y ahora los hace. Y con suerte, un libro viejo irá a las manos de un crío inquieto.
Isaac Camps.- Licenciado en geología. Máster en geofísica. Experiencia en la docencia y la educación ambiental. Editor de ciencia y tecnología y guía de campo ocasional. Mantiene Bloc de camp, blog dedicado al patrimonio geológico, y colabora (menos de lo que le gustaría) con E-ciencia.