Comenzó en mi infancia cuando mi madre me regaló un comic de Tintín en el Congo. Las aventuras de este reportero intrépido amigo del científico Tornasol y del Capitán Haddock me entusiasmaron e impulsaron mi imaginación hacia una vocación temprana que poco tenía con la actividad periodística a la que me enfrentaría años después.
Tras realizar el bachillerato en Valencia me tuve que trasladar a Madrid si quería estudiar Ciencias de la Información, donde me correspondía por derecho, ya que por aquellos años no había tantas facultades como en la actualidad. Reconozco que quería ser como el personaje de Hergé; viajar, descubrir, enfrentarme a peligrosos enemigos, solucionar enigmas y vivir arriesgadas aventuras, todo sin escribir una línea ni soportar a ningún redactor jefe por no tener la página a tiempo para el cierre. En pocas palabras, fue la ilusión la que me empujó a este oficio.
Pasó el tiempo de formación, información y entretenimiento; y de la pirámide invertida. Después del aprendizaje, la Facultad me escupió desde la Complutense a la difícil realidad de aquella época para los periodistas que empezábamos en una época también de crisis como la actual y con pocas expectativas laborales, lo que me llevó a viajar por viajar y aprender a sobrevivir.
Paralelamente, el interés por la ciencia se despertó con la curiosidad de comprender lo que te rodea, sensación que magistralmente siempre ha provocado la lectura de Muy Interesante, revista que dos de mis hermanos mayores devoraban puntualmente cada mes y que compartían conmigo. Aún recuerdo el primer número, un dibujo de una gran ola amenazando una playa que despertó mi imaginación y que recientemente se ha convertido en una realidad televisada durante el tsunami de Japón.
Ilusión, imaginación y la propia actualidad con noticias como el “efecto2000”, las misiones espaciales, los secretos de la naturaleza, los transgénicos, las células madre y la casualidad de entrar a trabajar en una pequeña agencia de comunicación donde entre muchos temas llevaba temas de tecnología primero y de política científica y tecnológica después me decantaron por esta necesaria especialización periodista. Quizás el periodismo científico es el hermano pobre de las especializaciones, pero tiene un gran atractivo por su diversidad temática.
Después de llevar 10 años enriqueciendo mi experiencia de un lugar para otro, continuo trabajando en “el lado oscuro”, lado que nunca he querido abandonar porque implica una motivación diaria, la de superar el reto de hacer comprensibles los contenidos complejos y la de trabajar junto a investigadores y tecnólogos. Situación compleja y lugar de fricción en muchas ocasiones entre dos mundos y dos puntos de vista radicalmente diferentes pero con objetivos comunes.
Para concluir me gustaría añadir que creo que no me equivocado y si lo he hecho me alegro porque la divulgación recoge toda la segmentación y multidisciplinariedad –perdón por el palabro– de la ciencia moderna. La inmensidad del conocimiento científico y tecnológico actual necesita personas que con sus linternas de la comunicación arrojen luz sobre partes oscuras de la ciencia para la mayor parte de nuestros conciudadanos. También porque es necesaria esta labor, aunque no siempre sea reconocida, porque una sociedad mejor informada es más democrática.
Fernando Torrecilla Molina es director de Divulgación y Comunicación Internacional de la Fundación Ciudad de la Energía